A veces, realizando una kata nos preguntamos el porqué de algunos movimientos y su aplicación en la práctica. Cuando el profesor nos da la explicación correspondiente, a menudo nos quedamos sorprendidos ante la aparente complicación y casi absurdo de dichos movimientos, dado que parecen algo imposible de realizar en un contexto que no sea explícitamente el del Bunkai Kumite (o, a veces, ni siquiera tienen un Bunkai, por ejemplo, el principio de la Kanku Dai, que es el “Saludo al Sol” yóguico). Es entonces cuando surge la duda de si realmente una kata debe interpretarse como un mero ensayo de técnicas de combate o, tal vez, habría que intentar ver más allá de esta simplicidad interpretativa.
A veces, realizando una kata nos preguntamos el porqué de algunos movimientos y su aplicación en la práctica. Cuando el profesor nos da la explicación correspondiente, a menudo nos quedamos sorprendidos ante la aparente complicación y casi absurdo de dichos movimientos, dado que parecen algo imposible de realizar en un contexto que no sea explícitamente el del Bunkai Kumite (o, a veces, ni siquiera tienen un Bunkai, por ejemplo, el principio de la Kanku Dai, que es el “Saludo al Sol” yóguico). Es entonces cuando surge la duda de si realmente una kata debe interpretarse como un mero ensayo de técnicas de combate o, tal vez, habría que intentar ver más allá de esta simplicidad interpretativa.
Las katas constituyen uno de los tres pilares del Karate-dō, junto con el Kihon y el Kumite. Su asidua repetición y perfeccionamiento llevan a los alumnos a concienciarse de la enormidad del aprendizaje que acaban de emprender. Nunca hay un “bien hecho”, siempre es un “hay que ir mejorando”. Cada kata en sí es un camino a recorrer, uno de los tantos que se descubren cuando uno se introduce en el mundo de las artes marciales en general y en el de Karate- dō, en particular.
Y si una kata es un camino, inmediatamente se descarta su significado más simple: el combativo. “Kata” significa “forma” en japonés; una forma no puede utilizarse como un arma en un combate; una forma es tan sólo un envoltorio para un contenido mucho más extenso y poligonal.
¿Qué es una kata entonces?
Originalmente, no había escritos sobre el Karate y la práctica de cualquier arte marcial en general constituía una grave infracción, dado que estaba terminantemente prohibida (por ejemplo, en Okinawa). Las enseñanzas eran secretas y la única manera de transmitir el saber era de boca en boca. Sin embargo, ¿cómo se podría transmitir un saber que no era oral, sino corporal, físico? ¿Cómo acordarse de la infinidad de técnicas ofensivas y defensivas que comporta un arte de lucha? ¿De qué manera se ejecutan? ¿Dónde empiezan y dónde acaban? …Y es aquí donde las katas irrumpen con fuerza.
Como una coreografía es una serie perfecta y acabada de movimientos armónicos encadenados, así una kata es un recopilatorio por excelencia de las técnicas básicas. Si el objetivo último de dichas series fuera el bélico, es decir, la utilidad inmediata en un combate real, ¿cómo explicar entonces el rigor estético de cada movimiento, el ritmo desigual de su ejecución, el pulir continuo de cada técnica no sólo desde el punto de vista marcial sino también artístico? ¿De qué sirve la belleza en un combate? ¿Cómo se combinarían la violencia bruta y la elegancia artística?
Llegados a este punto nos atrevemos a presentar unas cuantas reflexiones personales acerca de la materia a tratar. Son observaciones basadas en las experiencias propias y, como tales, éstas son puramente subjetivas y susceptibles de corrección y cuestionamiento.
Desde tiempos inmemoriales los hombres siempre habían intentado plasmar el saber adquirido en un soporte relativamente sólido para, en el caso de necesidad, poder acceder al mismo. En unas ocasiones el soporte era físico – arcilla, hueso, piedra, muros de los templos, más tarde – papiro y seda; en otras – el “soporte” se convertía en el “recipiente” o la “forma”, tal era el caso de los chamanes indios norteamericanos y, también, de los druidas celtas, una de cuyas castas – la de los poetas – era la responsable de almacenar el conocimiento en su memoria en forma de cantares y leyendas, cuyas estrofas y versos pasaban del padre al hijo y del maestro al discípulo. Pasaron años y años antes de que los estudiosos descubrieran el secreto de la métrica poética de Homero: los versos se memorizaban más fácilmente si seguían el ritmo marcado originalmente. Hoy en día, los estudiosos del Corán y del Talmud aplican exactamente la misma metódica para aprender de memoria miles de versos que componen estos libros sagrados: métrica, ritmo, longitud estricta del verso.
¿Qué tiene que ver todo esto con las katas japonesas?
Como un recopilatorio de técnicas y como una forma, una kata es un libro no escrito en estado puro. Recogen las técnicas existentes posibles del Karate- dō, muestran un sinfín de posibilidades de combinación y aplicación de las mismas, manteniendo, sin embargo, una estructura reglada y fija. Pasan los años, las katas evolucionan, cambian algunas cosas, otras se pierden, pero el “esqueleto” permanece inamovible, de manera que siempre se puede recurrir a él para llenar un hueco en la memoria o para crear algo nuevo, basándose en el bagaje conservado. Un practicante de Karate-dō apela con frecuencia a la kata para recordar técnicas y encadenamientos, porque es allí donde está recogida la esencia del arte.
Los movimientos en las katas son amplios o breves, suaves o enérgicos, a veces son más rápidos, otras veces, más lentos. Una kata tiene un ritmo y una velocidad variables, su propia melodía. Y cuando uno aprende una nueva kata, se da cuenta, por momentos, de que sabe cómo se hace y sabe a qué velocidad se ejecuta, porque son técnicas que se repiten, igual como si fueran los versos de un recital que sirven de punto de apoyo al que los interpreta. Además, dentro de cada estilo o de cada forma de entender el Karate hay una manera característica de “interpretar” las katas. Estas distintas interpretaciones de las katas son las que marcan las diferencias entre estilos más que las variaciones en las técnicas de las katas o incluso más que la propia manera de combatir.
A la hora de practicar el Jyū Kumite resulta difícil hacer los movimientos amplios y grandes, dado que el tiempo de reacción frente al ataque es mínimo. De modo que los movimientos se reducen a una expresión también mínima, se estilizan, por así decirlo. A veces, la sucesión de diferentes técnicas se convierte en una serie de éstas sin apenas forma, ya que todas se parecen entre sí y sólo el que las ejecuta sabe que lo que acaba de hacer son ataques y/o defensas diferentes. No obstante, estas diferencias, por nimias que sean, se hacen intuir justamente porque antes esas mismas técnicas fueron pulidas y repetidas hasta la saciedad mediante el Kihon y mediante la Kata.
Esta ampulosidad y quasi exageración del movimiento permite recordar y memorizar la ejecución correcta de las técnicas, y, de esta manera, evitar que se pierda su significado original. Si reducimos el movimiento a su expresión mínima, llegará un momento en el que no sabremos con seguridad qué es lo que estamos haciendo y si lo estamos haciendo bien. La kata establece la forma, graba el recuerdo mecánico dentro de nuestro cuerpo, para que a la hora de movernos despacio o deprisa siempre sepamos dónde está el punto de partida y de llegada de uno u otro movimiento. Una ejecución lenta desarrolla el sentido de coordinación, con lo cual, después, realizando un movimiento a ritmo normal y natural, siempre sabemos dónde nos encontramos y qué dirección tomaremos. Por eso a menudo las series en una kata se repiten por ambos lados: ello permite equilibrar las aptitudes de coordinación y de fuerza de nuestros miembros y así, conseguir un desarrollo físico armónico y diestro. Y como cualquier actividad física va unida indivisiblemente a la cerebral – y viceversa –, del m
ismo modo nuestra cabeza y nuestros pensamientos día a día adquieren una mayor coherencia y flexibilidad. Aquí es cuando se hace evidente que un arte marcial es, ante todo, una disciplina educativa.
Si no fuera por las katas, difícilmente se llegaría a conocer el Karate- dō tal y como lo conocemos hoy en día, por la sencilla razón de que no se habría podido conservar debidamente – los contenidos técnico y teórico se habrían perdido en su recorrido a través de los siglos. Alguien puede decir que en el Kihon también se entrenan los movimientos en su forma original y por ambos lados. Es cierto, sin embargo, los movimientos del Kihon son más bien extractos de una kata, como hojas de un libro, capítulos, si se quiere. Por otra parte, es mucho más sencillo recordar una serie de técnicas encadenadas que técnicas sueltas, sin un nexo que las una; sobre todo, cuando estamos ante un gran número y variedad de técnicas como las que tiene el Karate-dō.
Además de la utilidad académico- educativa, otra faceta importante del trabajo de la kata es el esfuerzo físico. El rigor y la dureza en la práctica de las katas constituyen un excelente trabajo corporal, dado que desarrollan todos los músculos, fomentan la elasticidad, fortalecen la resistencia física y, cómo no, agudizan los reflejos. Ya la exigencia de tener que girar la cabeza y mirar un poco antes de realizar una técnica – ya sea ofensiva ya sea defensiva – constituye una ventaja importantísima a la hora de practicar cualquier tipo de Kumite y hasta tiene repercusiones en la vida cotidiana (¿a quién no le ha pasado que ha podido coger un vaso al vuelo antes de que éste haya tocado el suelo y se haya roto?, por poner un ejemplo muy simple). De hecho, las repercusiones de la práctica del Karate- dō en el nuestro día a día podrían ser objeto de un análisis introspectivo de cada uno de nosotros desde la perspectiva del practicante.
Por: Oxana Gorbenko
Shotokai Valencia